jueves, 23 de enero de 2014

Tú, siendo yo.

'Aguanta un poco más.' Te pedía tu alma hecha añicos. 'Aguanta ahora que ya falta poco.'
Tu deseo de acabar con todo era tan grande que acabó transformando el color de tus ojos. Acabó por llevarse el brillo de tu mirada, el color de tu sonrisa. Y tu pobre alma, rota, intentaba consolarte con palabras de triste sentimiento.

Perdiste la esperanza como una piedra que se desliza hasta el vacío tan infinito. Desde entonces no hemos visto tus ojos de la misma manera. El sentimiento que expresaban tus palabras era tal que nos retorcíamos de dolor con cada sílaba, apiadándonos de tu mente, del dolor que por dentro de estaba corrompiendo.

Y un día ocurrió lo inevitable. Un día ocurrió lo que tu alma llevaba meses intentando evitar.
Un día ocurrió que todo se volvió  oscuridad de repente. Y de ti sólo quedó el recuerdo de una mancha roja en el suelo. Un recuerdo tan doloroso que fue imposible borrarlo. Junto las lágrimas de todos lo que de ti esperaban algo más que todo eso. Las lágrimas de la gente a la que de verdad le importabas y nunca se atrevieron a confesarlo.
Y nuestras lágrimas, las que se perdieron en la última pagina de un diario, las que resbalaron al borde del filo de una cuchilla pegada a tu piel. Esas últimas gotas de agua salada, las que observaron tímidamente como te miraba en el espejo mientras tú, siendo yo, cortabas el único brote de vida que salía de nuestro brazo.

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