Y cuando nos miramos por última vez nuestras almas se rompieron en miles de fragmentos imposibles de reunir. Ese instante en el que nuestros ojos temblaban con el palpitar de una vela. El momento en el que supimos que nunca volvería a ser lo mismo, que siempre perdía el significado, y que todo era lo que nunca soñamos que sería. Porque, con un ligero gesto, me dejaste claro que ya no hay vuelta atrás. Con una simple caricia mi mente se hundió en lo más hondo del oscuro mundo. ¿Volvemos a sentir nuestro corazón o este se ha quedado mudo para siempre? Sólo por notar que se rompen los lazos que nos unieron. Por notar que se separan dos almas que estaban destinadas a estar juntas para siempre.
Sonreíste, y lo hiciste como siempre; con ese aspecto de ligereza, de que nada importa. Fue el momento en el que me sentí más destrozada, más bloqueada. Si a ti no te importaba mi mente no entendía porque seguía vagando por sueños inalcanzables, luchando por llegar a metas que ya no tenían lugar en mi cabeza. Y fue el dolor el que me hizo entender que no pasaba nada si nos quedábamos en silencio, abrazados, a la luz de unas velas que se consumían con cada suspiro.